El relato que estás a punto de leer involucra valentía, esperanza y, sobre todo, amor. Se trata del momento en el que dos vidas cambiaron para siempre, en el que dos caminos se volvieron uno solo que ahora se dibuja interminable en el horizonte del tiempo.
Todo comenzó a cocinarse con una cita tiernamente manipulada, con preguntas inesperadas y desconcertantes y momentos de titubeo e incertidumbre. ¿En dónde desembocó este río de sensaciones? Ni más ni menos que en el encuentro de dos pares de labios... tal cual lo lees.
Él, en su calidad de hombre atrevido e intrépido, no pudo más y sucumbió ante los encantos de la bella damisela que amablemente se había ofrecido a llevarlo a su casa en su automóvil. La besó con cierto temor pero un corazón desbordado, y sus ojos, después del beso, permanecieron expectantes sin saber si lo que venía era una bofetada, una frase de desaprobación o algo por el estilo que lo obligara a descender del vehículo de forma inmediata o, en su defecto, un gesto que le diera licencia para permanecer en él y cosechar los frutos de su repentino atrevimiento.
Ella esbozó una de las más bellas sonrisas que él hubiera visto jamás, y aquello encendió la luz verde que nuestro héroe, ansioso y gallardo, esperaba con sumo interés. A partir de entonces, los encuentros de sus bocas se sucedieron a raudales y sus almas se conectaron con la inocencia y la cordialidad que la edad adulta, dentro de sus vicios y suspicacias, aún conserva en el corazón de cada persona.
Como en toda historia, han existido giros argumentales y momentos espinosos, pero nada ha podido contra el pacto de amor que nuestros protagonistas celebraron durante aquella tarde dominical y lluviosa de julio. Pocas cosas producen más orgullo y admiración que un amor que, cual buen vino, ha sido conservado en la mejor de las barricas: el abrigo de Dios. Él ha sido y siempre será la razón por la cual estos dos seres han podido construir, aprender, caminar y mantenerse juntos.
Hoy, a ocho años de los sucesos anteriormente referidos, ratifico mi amor y total compromiso para esa persona que, a pesar de lo que soy, me ha aceptado y amado durante todo este tiempo. Sea éste, pues, un regalo con dedicatoria especial a la mayor bendición de mi vida: mi esposa.
René Molina.
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