El tomar un lápiz o una pluma para escribir una carta, mensaje, memorándum o cualquier clase de comunicación escrita es una práctica que ha entrado en gran desuso. En estos días nuestras mejores armas son nuestro dedo índice, ya sea sobre la pantalla táctil de algún dispositivo o haciendo clic sobre los botones de un mouse, o todos nuestros dígitos martillando sobre un teclado; el caso es que aquella vieja costumbre de escribir con la mano hasta que ésta se entumiera se está perdiendo en muchos ámbitos de la vida.
Tal vez la escuela esté todavía a salvo, ya que los estudiantes aún toman apuntes "a la antigua", aunque es cierto también que el uso de laptops o tablets es cada vez más común. Entramos por tales motivos en un debate similar al de los medios impresos contra los digitales (llámense libros, periódicos y/o revistas), en donde cada cual, según su preferencia, defenderá o condenará tal o cual plataforma. Sin embargo, debemos reconocer que ambas tienen sus virtudes.
Concentrémonos en la escritura a mano y, concretamente, en la escritura de cartas. No sé si hoy en día los jóvenes (es decir, más jóvenes que yo) aún acostumbren sentarse frente a una hoja arrancada de su cuaderno Scribe de cuadro chico para plasmar unas líneas dedicadas a esa persona que les gusta del salón, haciendo un gran esfuerzo por usar su mejor letra e intentando hacer perfectos y simétricos dobleces en la hoja una vez que la misiva ha sido terminada. Se trata de todo un protocolo, sobre todo si eres (o eras) de aquellos que gustaban de hacer alarde de sus habilidades para el origami en la presentación de sus cartas. Recuerdo que me tocó ver varias que ni ganas me daban de abrir con tal de no descomponer su intrincada estructura. Mención aparte merecen aquellas que no estaban escritas de forma convencional, es decir, de izquierda a derecha y de arriba a abajo; las había en espirales, siguiendo el contorno de la hoja y hasta con tintes caligráficos; otras incluso contenían pistas para el lector, las cuales se debían seguir al dedillo para poder entender el mensaje completo.
Ignoro igualmente qué tantas personas de cualquier edad siguen carteándose, en un acto aferrado por conservar esa cosquilla que provoca romper el sobre, sacar el contenido y desdoblarlo para darle lectura; ojo, no estoy hablando de correspondencia bancaria, la cual en muchas ocasiones ni siquiera nos molestamos en abrir. No, me refiero a esa carta del amigo que se fue a vivir a otro país, de esa prima que hace mucho no vemos, de esa persona que dejó algo de sí en el trozo de papel que sostenemos con emoción y nos precipitamos a abrir. Precisamente las instituciones bancarias y de servicios han mantenido vivo el correo postal, entendiéndose que ahora es muchísimo más fácil, rápido y barato hacer contacto con la gente de maneras menos rudimentarias; más la verdad es que a veces se extraña ese momento en el que uno tenía que ensalivar el timbre, pegarlo e introducir el sobre en un buzón. ¡Los buzones! Ésos también son artefactos que parecen pertenecer a una cultura antigua en la que no existían ni Uber ni Netflix o cosa parecida.
El hecho es que, aún con los avances tecnológicos y la penosa omisión de las reglas ortográficas justificada por el hecho de que "nada más es un mensaje, no es un documento importante", la actividad manuscrita lleva consigo múltiples satisfacciones y el impacto que causa en el destinatario tiene un encanto que difícilmente puede transmitirse a través de Whatsapp o un mensaje privado de Facebook. No dejemos que todo el material escrito que produzcamos se limite a medios electrónicos (como el que ahora estoy usando, porque uno también tiene que adaptarse a los cambios) y se pierda en el olvido como está ocurriendo con el correo postal; no sea que, en unos cuantos cientos o miles de años, la gente que estudie nuestra civilización se encuentre la carta que Juan le escribió a Yatziri en segundo de secundaria, ésa en la que le confesaba que era la chica más hermosa que jamás hubiera visto y le pedía que fuera su novia, y que firmó con un corazón atravesado por una flecha y con las iniciales "Y y J" en su interior, y lo vean como algo arcaico y misterioso que nada tenga que ver con las formas de comunicación de la época.
Gracias por leer y que Dios te bendiga.
René Molina.
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