jueves, 5 de noviembre de 2015

Vaivenes

El parabrisas comenzaba a saturarse con pequeñas gotas que poco a poco dificultaban la vista. Quise esperar hasta el último momento para accionar la palanca de los limpiadores y aclarar de una vez por todas la visión; esperé y esperé por varios segundos, deleitándome con esa multitud de diminutas lupas que, como células, se unían unas con otras formando un tejido cristalino que me fascinaba derramándose en delgados hilos. Ya sin tener alternativa y para evitar un inminente accidente, por fin estiré los dedos y con un rápido vaivén todo ese húmedo paisaje quedó atrás.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que una nueva historia acuática comenzara a escribirse frente a mis ojos. Parecía como si el agua se aferrara a darme ese hipnótico espectáculo que me llevaba de manera casi irremediable a la meditación. Hubiera bastado sólo un instante para caer en ese abandono de la realidad del que todos somos presa de vez en cuando, ese trance en el que nuestra mirada se fija en algún punto y en el que resulta complicado reincorporar la mente al mundo.

Así que nuevamente me dispuse a borrar del panorama ese mosaico distorsionado y a crear una nueva oportunidad para empezar desde cero, pensando que tal vez así es como funciona la vida: debemos despejar la escena y seguir adelante con nuestras memorias a cuestas, entregándonos a la idea de que se tiene que vivir hacia adelante y de que, si pretendemos voltear hacia atrás, debemos hacerlo con extremo cuidado y sin soltar el volante.

Mi vida, tu vida, de alguna manera es una colección de vaivenes como los que ejecutan los limpiadores de un parabrisas bajo la lluvia. Vamos de un lado a otro y a nuestro paso arrastramos experiencias que permanecen impregnadas en el cristal o se pierden en el olvido; nos renovamos y volvemos a empezar, limpiando el exceso de agua en forma de remordimientos y culpas que, de no ser eliminadas, no nos permitirían apreciar el camino por recorrer. Se trata de un proceso que debemos llevar a cabo periódicamente, ya que desafortunadamente es inevitable que nuestro vidrio se vea invadido por esas pinceladas acuosas, molestas pero a la vez poseedoras de gran inspiración.

Como buen limpiador de parabrisas, sé de dónde vengo y hacia dónde voy. Tengo una trayectoria fija de la cual no quiero desviarme y sirvo un propósito claro y explícito. Esos repetidos vaivenes me llevaron tan lejos que pude reflexionar acerca de mi existencia. Me quedo con la sensación de que la belleza de lo que nos rodea la definimos nosotros, como observadores, y no las cosas por sí mismas. Me siento bendecido por poder apreciar tales maravillas.

Gracias por leer y que Dios te bendiga.

René Molina.