Hola:
Tú me conoces, aunque sé que has olvidado gran parte de lo que represento. Aclaro que mi intención no es la de recriminarte, ya que entiendo que el pasar de la vida tiene consecuencias involuntarias que nos llevan a lugares impensables y nos obligan a despojarnos de parte de nuestro equipaje para poder seguir avanzando. No sé decirte en qué momento comencé a desaparecer de tu vida; tal vez haya sido cuando empezaste a contaminarte con los vicios, prejuicios y traumas que aquejan al mundo. Hay rastros míos en tu andar, pero tú los reprimes por apegarte a esa vida seria y comprometida. Creo que necesitas soltarte un poco.
Debes saber que la vida es, precisamente, para vivirla, saborearla como en aquellos días en los que te sentabas en el pasto del parque y ensuciabas tu ropa, esos momentos en los que soñabas con lo simple, con lo que no se paga con dinero ni genera deudas monstruosas.
Debo decir que te extraño, y mucho. Lamento que ya no estén contigo los padres con los que yo estoy creciendo para convertirme en ti. A veces desde aquí logro escuchar ecos cansados de nostalgia, veo caer pedazos de sueños y siento suspiros de resignación. Sin embargo, veo y sé que eres feliz, estás cerca de Dios y tienes a tu lado a una mujer maravillosa, y aún hay dejos de mí en el adulto obsesivo y ultracorrecto en el que te has convertido.
El crecimiento duele. No hay tiempo para ensayar el siguiente acto; simplemente pasamos de etapa en etapa llevando con nosotros lo que alcanzamos a rescatar de la anterior. La prueba es que yo sigo aquí, escondido entre tus recuerdos como ese sello sobre el pasaporte de la vida que comprueba tu visita a algún lugar.
¿Cuándo te fuiste? ¿Cuándo me fui? Eso tal vez no sea lo importante, sino recordar que aunque es esencial avanzar, también merecen atención esos pequeños detalles que en algún punto del camino nos hicieron sentir vivos. Ahora existe una especie de muro de cristal entre nosotros en el que podemos observarnos y a la vez reflejarnos, recordando y sufriendo con nuestras debilidades, inseguridades y miedos más profundos.
Me emociona pensar que algún día seré tú, y hasta cierto punto aplaudo el hecho de que me hayas dejado atrás. Algún día seré yo quien recapitule y recuerde a ese niño que ahora soy, al mismo tiempo que tú, en tu vejez llena de nostalgia y remordimientos, me verás y añorarás hasta que cada uno de nuestros "yo" emparejen el paso y lleguen a Dios.
Mientras tanto, déjame empaparme de mi niñez, déjame vivir lejos de las grandes responsabilidades y del tiempo esclavizante que en ocasiones te ahoga. Déjame seguirte enviando señales que te muestren que debes visitarme con cierta frecuencia, porque sé que de esas visitas se deriva en gran parte tu calidad actual como ser humano.
Gracias René, feliz día del niño.